Capítulo VI
Al día siguiente los cinco jóvenes se meten en el avión y vuelan hacia Santiago de Compostela. Una vez allí, se dirigen al lugar en el que van a hospedarse y esperan la apertura de puertas de la Catedral. Cuando finalmente el sacristán de servicio abre las puertas, los cinco jóvenes se le dirigen.
- Buenos días, señor. – le dicen.
- Bo día xoves. Qué queredes? – contesta el sacristán.
- ¿Perdón? – dice Santiago.
- Es gallego, tonto. ¿No ves? – le recrimina Teresa.
- Ah, vale…
- Perdone, señor, es que no somos de aquí y no hablamos el gallego. – le dice Teresa al sacristán.
- ¿Y en qué puedo ayudaros, señoritas y señoritos?
- Mire, – empieza Teresa – tenemos aquí este papel que encontramos en la estatua de Alfonso XII en Madrid. Habla de un incendio en una casa cerca de aquí, en Vidán. Fue escrito por un hombre de allí en 1922. Y dice que hay un testamento de una fortuna escondido en la catedral.
- ¿Qué dices? – dice sorprendido el sacristán – Déjame ver eso.
Después de leer el papel, el sacristán se sienta muy pensativo y con una mirada grave.
- ¿Le pasa algo? – pregunta Camila - ¿Se encuentra Usted bien?
- Sí, sí. Recuerdo una historia que me contó mi padre. Él fue sacristán de esta catedral antes de mí. Él me contó que allá por el inicio de los años 20 del siglo pasado, una noche, un hombre herido de quemaduras y muy asustado le pidió autorización para pasar la noche aquí. A mi padre le dio lástima aquél hombre y lo dejó descansar aquí. Me dijo que por la noche el hombre deliró mucho y que al despertarse le contó su sueño. En él, el santo patrón de la catedral le apareció y le dijo que la felicidad del pueblo y el éxito de su misión estarían garantizados. Dos caballeros extranjeros, originaros de una Augusta ciudad, revelarían toda la verdad del caso y se haría justicia finalmente.
- ¡Anda! – exclama Diana. - Ya sé a qué se refieren los últimos cuatro versos del poema que encontró Eduardo. Mirad: “De la Augusta ciudad vendrán dos caballeros” – pues esos dos caballeros somos nosotros dos, Eduardo y yo.
- ¿Qué? ¿Cómo? – pregunta Eduardo.
- A ver, tonto, ¿cómo se llamaba nuestra ciudad en el tiempo de los romanos?
- ¡Exacto, la Augusta ciudad!
- Es verdad – añade Camila – y fue Eduardo el que encontró los dos papeles que dieron origen a toda esta aventura. ¡Qué emocionante!
El sacristán, aún no totalmente convencido de la veracidad de la historia, acaba por juntar lo que le contó su padre sobre aquella lejana noche y lo que está escrito en los papeles que traen estos chavales. Decide entonces ir a ver si hay algo escondido junto a la estatua de la Virgen Santísima. Levanta la tercera piedra y…
- ¡Dios Santo! – exclama el anciano sacristán. Allí estaba un testamento firmado por el cacique de Vidán, con fecha de 1922. Abrieron el documento y verificaron que el viejo cacique le dejaba una fortuna enorme al cargo del doctor Andrés Artejo, para administrarla a favor de la obra social del rey D. Alfonso XIII.
- ¿Qué hacemos ahora? – pregunta Santiago.
- Pues, llamamos a papá, que es abogado, y se lo preguntamos a él.
Al día siguiente, antes de irse al aeropuerto para volver a Madrid, los cinco jóvenes se toman un refresco en la Plaza de la Catedral. Teresa recibe una llamada de su padre, que le cuenta que el nieto del doctor Andrés Artejo, el señor Arturo Artejo, es el heredero legal de la fortuna del viejo cacique. Le cuenta también que el señor Artejo decide respetar los deseos tanto del cacique, como de su abuelo, y va a utilizar el dinero para abrir la Fundación Nuevo Patronato de Hurdes, cuyo objetivo será el de financiar la investigación y la educación en España, atribuyendo premios de excelencia y becas a alumnos. Teresa les dice todo esto a los demás.
- Bien, que aventura tan bonita, ¿no os parece? – pregunta Eduardo.
- Claro que sí, mi noble caballero. – le contesta Camila, que le sujeta la mano y le da un beso enamorado.
- ¡Bueno, un brindis (con refrescos) y hasta la próxima aventura!
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.